Entrevista de Florencia Ruiz フロレンシア・ルイス・インタビュー (スペイン語)

NAN

“Nunca trabajé para agradar”

abril 10, 2014
FLOR_ENTRADA
La cantautora Flor Ruiz prepara “Ma”, un compilado para volver en mayo a Japón, país en el que ha cosechado un éxito impensado. Desliza su deseo de edición local. Fotografía: Federico Caruso
Por Ana Esperança
Boedo, sobre la calle Maza cae la tarde. La puerta de una gran casa se abre y aparece Florencia Ruiz, cantante, docente y compositora. O la chica que grabó con Ariel Minimal Ese impulso superior y editó discos en Japón y México antes que en la Argentina. O la mujer, esposa y madre que viajará con una guitarra eléctrica y quince años de música para presentar oficialmente nuevo disco, el compilado Ma, en la Tierra del Sol Naciente. El itinerario será entre mayo y junio, pleno Mundial de Fútbol, e incluirá veinte shows en distintas ciudades. Allá la espera su banda nipona, Los Hongos Orientales.
Flor Ruiz asoma su menuda figura haciendo que las proporciones de la casa luzcan enormes. Está descalza, lleva una remera gris, el pelo blanco y el paso relajado, como quien despierta de un sueño agradable. Su voz al hablar, pero sobre todo cuando canta, es un narcótico contra el estrés que sacude el ánimo colectivo. Así se oye en los discos: criatura mezcla de pájaro y sirena que lleva, de árbol en piedra marítima, su poesía orquestada. Una estructura cancionística con tintes de rock, jazz, pop, folklore y música de cámara, resultado de su catarsis creativa.
En el tramo hasta la entrada algo capta la mirada y no es la elegancia de la arquitectura antigua: el zaguán está lleno de zapatos, como si ese perfil representara un símbolo de lo que hay que dejar atrás para conocer su mundo. A la izquierda, una habitación con ventanal ofrece vista al patio que también se ve desde la cocina: una sala con escaleras gigantescas que parecen llegar al cielo. Su dueña dice que “la casa no es grande sino espaciosa”. Lo inusual está en las estructuras altas y la claridad que llega desde arriba, lo que le da un aire catedral. El patio se amalgama en el encanto de plantas y cactus que oxigenan el aire urbano. Probablemente la mirada de Flor se pose en algún rincón de ese patio mientras desanuda la enredadera de melodías que crecen en su cabeza y que, desde los ’90, cuando todavía no había grabado ningún disco, son el material sonoro que le apremia exorcizar para no enloquecer. “Antes de sacar mi primer disco tenía toda esa música en la cabeza. Me volvía loca. Cuando la pude bajar fue genial”, asegura.
Estudió en el conservatorio y se convirtió en docente. Hasta hace poco daba clases de música en escuelas. Pero sacó licencia para dedicarse a un nuevo disco y porque se va a Japón con su hijo de dos años y una amiga, a la que invitó. Su acompañante es una bomba de alegría; ella, una de preocupación. “Antes viajaba sola a Japón. La segunda vez mi marido me acompañó. Ahora tengo un hijo, tengo que pensar mil cosas antes de hacer cualquier movimiento”, evalúa. De algún modo gracias a un ímpetu de creatividad incapaz de dejar la aguja quieta, consiguió proyectar una obra de varios discos editados. Empezó con la trilogía Centro (2000), Cuerpo (2003) y Correr (2005). Siguió con una compilación de sus temas remixados por otros artistas, en Fogón (2006). En 2007 grabó su quinto disco de estudio, Mayor, y Ese impulso superior con Ariel Minimal, de Pez. Por último, llegó lo que muchos entendieron como la expresión de su consolidación artística, un trabajo que significó un verdadero up grade en su carrera: Luz de la noche (2011), disco que contó con la dirección y producción de Carlos Villavicencio y la participación de músicos como Jaques Morelembaum, Hugo Fattoruso, Juan Quintero y Pablo Agri.
Lo nuevo tiene que ver con su inminente gira a Japón: una compilación de quince años de canciones. Creyó que lo liquidaría en unas horas pero hace mes y medio que arrancó con toda la furia y todavía no lo termina. “Me está quemando la cabeza”, se ríe algo preocupada. “El último disco de estudio fue Luz de la noche. Quiero llevar algo diferente a Japón, no sólo para vender y solventar miles de gastos, sino porque estaré en ciudades que nunca visité y está bueno dejar un compendio de lo que hice”, aclara. Tendrá quince tracks y un bonus. Lo está grabando con Mariano Zelada, en La Plata: “Los temas elegidos tienen diferentes audios; no queremos mejorar ninguno porque la riqueza justamente pasa por conservar el low fi original, sobre todo de los primeros discos. Pero hay que nivelarlos, y eso es un laburo minucioso y re artístico”, describe. Además, grabó dos canciones inéditas. “Laburar en un disco requiere una concentración infinita, se avanza muy lentamente. En ese sentido, la música es muy ingrata: por ahí estás tres horas para encontrar el sonido de una guitarra, por ahí un minuto. No hay garantía de paridad. No es que salís a correr tres horas y entrenaste tres horas”, enfatiza Flor.
Los discos tendrán packaging de tela, pines y, lo más importante, una carta explicando, en japonés, de qué trata la selección de cada tema. “Cada disco es un objeto y procuro que sea lo más accesible posible. La parte de diseño es fundamental, sobre todo ahora que los discos no se venden. Este disco está pensado para un público japonés. Pero voy a ver si también hago una tirada para acá: si para Luz de la noche hice dos mil copias, haré quinientas. Es un laburo grande el que implica, por eso me gustaría que salga en otro lado también.” Con el mismo deleite con que se ven fotos viejas como piezas del pasado, el material que está grabando tiene para Florencia un poder recapitulador: “Es un disco que devuelve lo vivido musicalmente, cosas que para uno son importantes. Pero lo armo día a día, está abierto a modificarse. Por ahí ahora viene Villa y me da una mano, me tira otra idea. La sensación es parecida a la que vivís cuando te mudás de una casa a otra, ese movimiento de energía”, profundiza.
A la derecha del zaguán, una habitación con piso de madera parece una ermita musical: un piano, guitarras, un bandoneón. Ahí dicta clases adhiriendo a una pedagogía no tradicional: como suelen hacer muchos cantautores, se trata más de un asesoramiento con modalidad de taller en el armado de canciones que lecciones y práctica sobre el instrumento. “Cuando empecé con clases para chicos, vino la hija de Rosario Bléfari, que en ese entonces tenía nueve, y me dije: “Uy, pará”, porque la quería ayudar pero no quería cambiar su destino musical con mis ideas. Estuve un tiempo replanteándomelo. A los nueve años existe ese riesgo. Lo hablé con Rosario y tratamos de encontrarle la vuelta. Creábamos jugando, pero a la vez estaba ese temor. Por eso, más que nada con nenes, resolví ver posiciones de guitarra y leer música”, dice mientras pregunta si azúcar o edulcorante para el té.
“No conozco ninguna chica que haya arrancado cuando lo hice yo o antes que pueda hacer un teatro. Lo que no significa que no sean exitosas. Pero hay machismo, que no es exclusivo de la música. Sin ir más lejos, creo que critican mucho a la Presidenta por esa razón. Y de diez críticas, nueve son de mujeres.”
Una biopic de Flor podría arrancar así: se crió en Haedo en una familia humilde de perfil bajo, tal como ella expresa en su performance artística. No tenía computadora, pero sí amigos que percibieron su potencial creativo y su voz, ayudándola a canalizar la fertilidad de su hemisferio derecho. Una tarde en casa de un amigo, que era de ésas donde circulan músicos todo el tiempo, conoció a la mujer de Mario Broier, masterizador de varios discos de Charly García. Broier enseguida se percató de su talento. “Estaba tocando ‘Siberia’, una canción inspirada en temática rusa, Mario la oyó y me preguntó ‘¿ese arreglo es tuyo?’”.
Después, Broier le escribió un correo electrónico. A través de él, conoció a Villavicencio. Los dos le insistieron laburar lo que había grabado en una porta estudio. Una vez concluido el disco, un amigo lo subió a Internet. A partir de ahí comenzó su vínculo con Japón, país donde Ruiz encuentra el fuerte de su trabajo musical.
“Me llega un mail del japonés que llevó toda la música argentina a Japón, de Goyeneche en adelante. Me cita en su oficina, en Las Cañitas, y me dice que me iría muy bien en Japón. Para esto, en Buenos Aires yo no había salido a tocar ni una vez. Le expliqué que no tenía cómo producirlo, pero él me dijo que sólo me encargara de copiarlos”, recuerda. Fue grabando los discos artesanalmente. Se vendieron muchísimo. Al punto de que tuvo que iniciar los trámites para el monotributo. Al tiempo le llegó una propuesta para editar Centro y Cuerpo en otro formato. “Broier y Villa me volvieron loca para que aceptara. Gracias al decreto de Kirchner de la devolución del 30 por ciento a los estatales que había sido quitado por De la Rúa, sumada a la plata que gané tomando más horas, llegué a pagarme el disco. Eso me motivó para armar una banda y salir a tocar. Con la plata de adelanto de regalías del sello me compré una compu y grabé Correr en mi casa, sudando la gota gorda de la inexperiencia tecnológica.”
—¿Hiciste sola la producción de Correr?
—Sí. Después un amigo, Seba Landro, lo produjo sonoramente. Lo que no es menor, porque es un disco muy sonoro y ambiental, en el que cada nota tiene una importancia vital. Mis amigos adoran ese disco, quizás porque lo hice en casa y lo mezclé yo. Seba fue el alma del disco también. El me sugirió, para cerrar la trilogía, hacer un disco de remixes. Y salió Fogón. Siempre para molestarme me mandaban ese tipo de cosas: un tema mío todo desfigurado, y a mí me encantaba, me ponía contenta.
—¿Cuál es el criterio de selección de Ma?
—El de ilustrar cada año de mi vida con una canción. Quizás no la más linda, pero sí la más simbólica. En Japón, cada pueblo tiene un libro en el que queda registrado todo. Me pasó de ir y ser la primera argentina, y a veces la primera occidental en llegar. Quiero dejarles algo de mi obra. Me acuerdo cuando fui a ver a las Bandas Eternas y me volví pensando que era fan del Spinetta solista. Me encanta todo de él, me parece genial, pero es en su fase solista en la que lo encuentro al chabón. Tomar nota de eso me ayudó a entender qué era lo sustancial que quería recuperar en este disco. Había pensado hacerlo en orden cronológico y hasta incluir canciones que hice en mi infancia, que tenía en cassettitos. Pero no, era demasiado.
—¿Qué dirías que es lo singular de tu música?
—No sé si es original. Pero sé que nunca trabajé para agradar ni lo voy a hacer. Mi búsqueda fue en dirección a aflojar un poco la mente de tanta música que me quemaba ahí adentro. Sé que es el camino más largo pero es lo único que puedo hacer. Qué se yo, llevaré treinta personas con suerte. No digo que sea genial por eso, pero sí me siento en paz conmigo misma, y eso para mí es muy importante. Ahora tengo un hijo. Me van pasando cosas como que una maestra suya me diga: “Ah, vos le enseñaste a tal” y ese es otro tipo de luz, de otros ámbitos, que me reconforta. Fui entendiendo además que ser mujer tiene un peso.
—Tiempo atrás Celeste Carvallo, invitada a participar de una publicación cuya temática era las mujeres y el rock, se negó a hacerlo argumentando que semejante empresa reducía el rock hecho por mujeres a una cuestión de gueto…
—Tocaba el bandoneón, el instrumento que estudié. Vivía en un PH y cuando ensayaba una vecina se quejaba: la engañé durante años porque cuando venía me veía sola y se iba tranquila pensando que nadie estaba tocando. Después, cosas del tipo “no lo puedo creer, la primera mina que toca bien el bandoneón”. Pienso que en la Argentina las mujeres en general no son muy convocantes en el rock, en la música. No conozco ninguna chica que haya arrancado cuando lo hice yo o antes que pueda hacer un teatro. Lo que no significa que no sean exitosas. Pero hay machismo, que no es exclusivo de la música. Sin ir más lejos, creo que critican mucho a la Presidenta por esa razón. Y de diez críticas, nueve son de mujeres. También observo que entre mujeres no hay demasiado apoyo mutuo. No somos las mujeres quienes apoyamos lo que hacen las mujeres. Estaría bueno que se diera algo más de conexión y cooperación con el trabajo de cada uno.
—¿Qué planes tenés para la vuelta?
—Tocar. Ahora tengo la cabeza en Japón, allá tengo armada una estructura logística que acá no. Y, teniendo un hijo, me resulta un gran movimiento: es una gira de dos meses. Me gustaría tener un plan más concreto para cuando vuelva, pero en este momento pienso paso a paso. Últimamente digo mucho: “Estoy en un período muy especial”. Como decía Cuba cuando cayó la URSS.